“Cuando pienso en la mecánica del poder,
pienso en su
forma capilar de existencia,
en el punto en el que el poder encuentra
el núcleo mismo de los individuos,
alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos,
actitudes,
sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana”.
(M. Foucault)
El
sujeto sujeto a, el Ser ligado a una
estructura, a algo que lo aprisiona, lo contiene, lo posee, lo norma, lo dice y
en fin, lo sujeta.
La
historia así lo demuestra: los mecanismos de control de los cuerpos han
perdurado a lo largo de los tiempos, independientemente del contexto social,
gobierno, espacio, etc.. Tampoco son propios de la escuela pues se hacen
presentes en cada una de las instituciones de la sociedad.
Partir
de este supuesto implica desnaturalizar tales prácticas, mirarlas bajo el ojo de la lupa,
distanciarnos del objeto para ver mejor. Esa es la propuesta aquí y ahora.
La
imagen que he seleccionado para el análisis de dichas prácticas corresponde a
un acto escolar por el cumpleaños de la escuela. Los abanderados y sus escoltas
representan a todas las instituciones presentes en el acontecimiento. Actual.
Orgullosa de sí misma. Lo “natural”, lo que “corresponde”.
El
discurso pedagógico y las relaciones que en ello se establecen están centrados,
de alguna manera, en el cuerpo, en su control, en su normalización. El acatamiento de las normas e instructivos
que se marcan desde el discurso escolar tiene como objetivo al “buen alumno”
para luego tener un “buen ciudadano”.
En
la imagen se condensa parte de estas estrategias de control: la postura (casi
inmóvil), la vestimenta que homogeiniza y distingue de los Otros, el decoro en la presentación, el elogio e importancia que cobran
los símbolos patrios en cualquiera de nuestros acontecimientos, el silencio o
la voz perdida en medio del todo, la presencia y selección de algunos alumnos
que reciben el “premio” de llevar la bandera y de esta manera resaltar sus esfuerzos
personales por ser mejores, la disposición psíquica, la tensión y la carga
emotiva que conlleva ser partícipe de ello. En este sentido, el discurso patriótico también buscó fomentar
un modelo de hombre homogéneo y que responda a una cultura nacional. Instaurado
muy fuerte, es uno de los discursos que más influencia han tenido y sigue
vigente. Bien fundamentadas en las concepciones tradicionales de la escuela
donde se sostiene el orden como forma saludable de progreso y vida
institucional, las apariencias en estas prácticas de control cobran gran
importancia y sobreviven a pesar del tiempo.
¿Qué se busca con ello? Domesticar los cuerpos, crear cuerpos dóciles
(parafraseando a Foucault) bajo un control minucioso del mismo en cada uno de
los detalles lo cual garantiza la sujeción permanente del sujeto y lo hacen
útil, apacible, ordenado, lo captura y le crea el doble.
Desnaturalizarlas
implicaría discutirlas, problematizarlas, “alterar el orden”, pues tan natural
es que nos sometemos y vivimos en ellas como algo dado, preestablecido que no
se puede cambiar, como la única realidad posible. Sin embargo, no podemos ver
al cuerpo como algo aislado de la complejidad que lo rodea y lo hace, sí lo
entendemos como una construcción histórica que responde a intereses que lo van
haciendo.
Volviendo
a la fotografía y pensando desde ella se me ocurre preguntas como: ¿qué
pensarán los sujetos que allí están? Acaso, yo también me pregunto acerca de mi
misma. ¿Resistimos en algún momento tales imposiciones o lo aceptamos como se
nos viene dado sin conciencia crítica? “Cada
uno en su lugar”, “Hay que pararse al lado del banco para saludar”, “Hay que
tomar asistencia para garantizar que los alumnos queden en las clases”, estas,
entre otras son frases que aún se escuchan de los docentes y también las quejas
sobre aquellos alumnos que se rebelan a las normas, que prefieren “salirse del
lugar”, “saludar desde las sillas”, “no sentarse en la fila”, aquellos que
quieren hacer escuchar su voz. Para McLaren (1998, 53-62) el cuerpo pretendido
se deja leer en nuestros mitos y creencias, en nuestras metáforas corporales,
en los rituales que propiciamos o en los rituales que hacen los propios
escolares, también los profesores; unos y otros en sus ejercicios de
resistencia.
La
escuela ha estado impregnada por tanto tiempo del paradigma del consenso, de la
disciplina corporal que ello requiere, de la visión del orden, de la eficacia
lo cual no solo se ha quedado en el discurso de la organización de la
institución sino que también se ha “incrustado”
en el discurso de los cuerpos. La escuela es un entretejido de prácticas y
estrategias para controlar a los sujetos que a ella asisten. Y que asisten en
carácter de imposición.
“Nada es más material, más
físico, más corporal que el ejercicio del poder” (Foucault,1999:105)
Como
es el caso de la fotografía, los actos y ceremonias escolares han colocado en
la escuela ciertos requisitos a los cuales adaptarse y obedecer.
Ahora
bien, estas estrategias de control de los cuerpos que priman durante toda la
historia de la escuela, también presentan resistencia por parte de los actores:
Gramsci, por ejemplo, fue uno de los autores que prestó atención a la capacidad
de réplica y autonomía de las clases subalternas con respecto a la cultura de
la clase hegemónica y si bien se manifiestan ciertos referentes de imposición,
la cultura que se pretende “dominar, “sujetar” a través de distintos
dispositivos, juega con estos elementos llegando a la conclusión de que en
muchos casos esas estrategias son aprehendidas y reelaboradas por ellos mismos
para desenvolverse socialmente. No someterse a las normas refiere a sujetos
“rebeldes”, “malos alumnos” que no aprenden, que no obedecen lo cual lo
exteriorizan también con el cuerpo, con sus manifestaciones: gestos, palabras,
movimientos, vestimenta. Ofrecer resistencia no es “bien visto” en las escuelas
que tanto trabajan por eliminar el conflicto.
Desde
aquí, propongo distanciarnos del objeto de análisis, de la naturalidad y
pretendida neutralidad de la escuela y sus peculiares prácticas de sujetación. A propósito de ello hago
sugerencias para que podamos abordar dicha problemática desde un ángulo
crítico, reflexivo y alentador.
Primero,
revisar la concepción de sujetos a la que adherimos y que subyace en nuestras
prácticas, es decir, ¿qué sujeto quiero formar?, ¿qué moral quiero que ellos
construyan?, ¿qué elementos brindo para dicha construcción?, ¿qué otras
alternativas aparecen frente a mis
propuestas? Más aún, yo docente ¿tengo en claro mi lugar como agente transmisor
de la cultura y las formas de apropiación de la misma? ¿Busco que mis alumnos
se involucren en las tareas, actividades, propuestas, decisiones
institucionales como agentes activos o más bien genero sujetos acatadores de la
ley, pasivos, que no contemplen la posibilidad de su voz en cuanto a decisiones
institucionales nos referimos?
Esto
supone, a la vez, “una cultura
institucional que aliente a los profesores a adoptar su rol de intelectuales
transformadores” (Extraído de la clase 13 “Política y educación” FLACSO).
En
segundo lugar, desmitificar la creencia de la escuela como un lugar neutro,
libre de ideologías, creencias, un espacio apolítico. Instalar la mirada
superadora que vincule constantemente los saberes, normas, concepciones que se
desarrollan y movilizan en ella con la dimensión política y axiológica que
atraviesa la misma. Entonces, cabe la
pregunta: Hoy, siglo XXI ¿qué sujetos queremos formar? La respuesta viene
inmediatamente de intentar acercarnos a un modelo de hombre comprometido,
libre, responsable, autónomo, crítico, que devele el autoritarismo implícito en
la escuela que abarca desde las normas
de convivencia, hasta la curricula y la disciplina en los actos escolares. De
pronto nos dimos cuenta que nada es neutro. Seamos pues, sujetos que deciden
con voz propia, auténticos, capaz de transformarnos en esos ciudadanos
comprometidos con la realidad social a la que pertenecemos.
Tercero,
fomentar espacios para el debate entre docentes y alumnos donde se puedan
abordar cuestiones de la vida institucional como son las normas, el sentido de
pertenencia, el curriculum de clases, las expectativas tanto de uno como de
otros, etc. No impongamos normas y/o reglas, hagamos partícipes de ello a los
alumnos, discutamos, creemos espacios de intercambio y consenso que posibiliten
la presencia de todos en todo lo que se pretenda realizar.
Siguiendo
a Conell (1997) la búsqueda de “justicia curricular” me parece de suma
importancia considerando la posibilidad de participación de aquellos involucrados.
Promover
espacios donde se pueda reflexionar sobre cuestiones como estas que aparecen en
la foto: vestimenta, posiciones, palabras, símbolos y significados, donde los
alumnos participen y sepan qué es lo que esta haciendo, por qué de esa manera,
con qué elementos están trabajando y puedan someter a tela de juicio sus
propias acciones.
“…La responsabilidad de los
docentes es mantener el principio de no represión mediante el fomento de la
capacidad para la deliberación democrática. Esta responsabilidad implica
negociar con sus alumnos todo lo que afecta a sus aprendizajes y a la actividad
conjunta del aula…”
(Casas Vilalta, Monserrat; Pág.: 21)
A
modo de conclusión, dejar de mirar la escuela como un espacio inocente y
promover en sus actores conciencias críticas que conducirán a sujetos
comprometidos y responsables de lo que hacen y dicen. Evoquemos una cultura de
sujetos autónomos que puedan repensar sus propias prácticas.
Trabajo elaborado en el marco de la evaluación de la Diplomatura en Curriculum y Prácticas escolares de FLACSO. La imagen no es la que se ha presentado en el original, sino que es meramente ilustrativa.