Noche
blanca. Vacía.
Con
el pelo al viento. Como si hubiera puesto mi rostro en la ventanilla de algún
automóvil, como si estuviera libre y al aire libre, en un verde campo, en la
cúspide de una montaña, como si pudiera respirar brisa limpia, fresca… como
sí….
Sin
embargo no, es sólo un artefacto de mi cuadrangular habitación, artificial,
caliente, manipulado. Es sólo un objeto, nada de naturaleza, nada de natural.
Quisiera
que ese viento sople cada vez más potente, que arrastre todo lo que pueda
llevarse, que me despoje y me deje vacía, más vacía que el alma y así, sólo
así, poder llenarme de lo que yo escoja, nada impuesto o regalado, algo que yo
decida.
Ya
decían que uno vive como puede no como quiere. A veces hago el intento de
romper con esa teoría pero pronto mis pies caen sobre la tierra. Otra vez
intento fallido, otra vez la realidad supera.
Quisiera
que ese viento sople más fuerte, más agresivo, me seque las lágrimas y enfríe
mi cuerpo. Pero no lo logra. Solo eleva mi mente a otros tiempos, a otros
lugares, a otros rostros. A veces eso asusta, a veces es la mejor salida, a
veces es como gritar, gritar a ese viento que sólo gira y gira en el mismo
lugar. Se queda en la mismidad.
Todo
me es insignificante. Todo es Nada.