Mi eterna pregunta, mi eterna incertidumbre: ¿es mi mundo desértico o es el desierto mi mundo? Nadie responde porque nadie está. Dicen que es en el desierto donde se escucha mejor la voz interior. Luego, ¿qué voz? Si hasta ella se ha apagado.
Imagino, deliro y vuelvo a mi hábitat: todo calmo.
Aunque el ruido suele opacar el sonido de la música, señores el silencio absoluto, profundo y prolongado tornase insoportable… No puedo (y no quiero) reírme sola.
Quizás, alguna vez aluciné en escuchar a alguien, en ver por lo menos una tenue figura. Nada. Sólo proyección de la misma necesidad intrínseca que agobia. Sólo un instante.
En las nubes algunos ven elefantes y otros, ovejas...
Podríamos hablar del lenguaje como una de las más importantes adquisiciones del hombre en sus primeros años de vida. Adquisición que lo vincula con los Otros y con el Mundo que lo rodea y en el cual está inserto. Es, a su vez, fruto de la evolución o complejización de la inteligencia en el ser humano.
Ahora bien, qué relación existe entre sujeto y mundo a través del lenguaje? A decir de Vigostky (y pienso es una de las mejores fundamentaciones) el lenguaje constituye un instrumento semiótico por el cual el sujeto internaliza la cultura. Internalizar la cultura es aprehenderla, apropiarse de ella a través de los “nombres” , del “decir a la cosa”, de otorgarle el significado, un significado.
En realidad, es captar el significado que está impuesto de antemano por el conjunto de actores de un determinado contexto socio-histórico. Pero esa captación no es pasiva. El lenguaje se constituye en una construcción social histórica que antecede al sujeto, pero que a su vez éste lo recrea, le “carga” nuevos sentidos en el momento de su apropiación.
Es también, un sistema de símbolos y signos que es aprendido en el espacio por el cual recibe la significación, casi podríamos hablar de una relación hermenéutica entre sujeto y lenguaje. Decía Borges en su poema “El Golem”: “Todo el Nilo en la palabra Nilo”. Entonces, con el lenguaje capturamos la realidad, la cosa, el pensamiento, lo cristalizamos, cosificamos para conseguir una relación con el mundo, para identificar los objetos que en él están y para identificar-nos.
Así, las cosas “son” como se dice ser luego de haberlas nombrado como tales. O qué eran antes de ser nombradas por el hombre? Ahora son “algo” definido de modo (generalmente) universal y relativo a la vez.
El lenguaje es, por tanto, el elemento que tenemos para situar-nos en, con, sobre, por el mundo. Y no sólo situarnos sino también transformarlo, decir la palabra que capture, pero a su vez, que libere.
De allí, y a decir de Vigostky, el lenguaje constituye uno de los procesos psicológicos superiores en el ser humano (y decimos uno en tanto el Pensamiento también está en esta línea). Así, pensamiento y lenguaje establecen una relación dialéctica. Y ambos atravesados por un contexto socio-histórico que lo constituye y hace que el sujeto nombre y se nombre en el mundo.