domingo, 1 de enero de 2012

Retrato


 Haces que al mirarte, me mire yo misma.


Todos los días tenía la costumbre de ir a sentarse en la plaza de la ciudad, mirar pasar la gente y, a veces, dar de comer a las palomas que se agolpaban en el centro de tan extenso espacio. Siempre vestía informal: llevaba jeans azules, remera de cualquier color, zapatillas o sandalias y el cabello castaño largo suelto, casi despeinado de tanto jugar con el viento.
Pensaba. Miraba. Pensaba. Buscaba explicación a muchas cosas que le ocurrieron, que la habían “estigmatizado” de alguna manera, trataba de sistematizarlas en alguna fórmula (matemática quizás?) aunque ello resultara imposible. Suspiraba cada vez que lo hacía y hasta en los ojos se le asomaba una lágrima que la contenía, le impedía su afloramiento porque…¿qué diría la gente si la vieran llorar sola en el banco de una plaza?
Así se le pasaban las horas, días, meses y hasta años. Y esos, señores, en una mujer se nota. Hasta la flor más bella con el tiempo, el sol y la lluvia se marchita.
Siempre el mismo paisaje, los mismos árboles, quizás las mismas palomas, la misma bóveda celeste que la contenía. Los mismos interrogantes sin resolver.
Quiso, un día cualquiera, ponerle algo motivante a sus paseos, a su existencia (y no por exagerar). En el banco de la plaza, frente a ella también se sentaba todos los días un sujeto, un perfecto desconocido: tenía aspecto de “intelectual”, de señor de casta alta, siempre vestido de negro, con un sombrero en la cabeza (esos que suelen usar la gente mayor) quizás indiferente a todo lo que sucedía alrededor, pero que siempre lo encontraba mirándola. Sí, desde hace un tiempo notó que de vez en cuando dirigía su mirada sobre ella. Bueno, en fin, más que todo y todos los que estaba y estaban en aquel lugar, aquel sujeto extraño logró captar su atención.
Comenzó a asistir a su rutina con lápiz y papel. Lo iba a describir! Era un juego! Puf, había que entretenerse con algo y él se lo ganó siendo tan diferente al resto de “muñecos de la obra”. Pero ello implicaba mirarlo más, detalladamente. Quizás al acercarse se le iban a suministras los datos como para inferir su edad, tenía que ver el color de sus ojos, su profundidad, el grosor de sus cejas y el largo aproximado de sus pestañas. Vaya detalles para ser captados, pero era lo único que hacía: debía hacerlo bien. Era un desafío. Quizás, si le preguntaba directamente a él, la magia se perdería y ya no tendría sentido. Todo seguiría igual. Los días que llevaba observándolo lograron que realice una “buena” descripción del señor (según ella, era lo más atinada que podía hacer), hasta le tocó el corazón poder hacerlo y algo adentro suyo  se “movió” en  su trabajo. Vaya a saber cómo lo ven los demás que lo cruzan en el camino, con quienes charla, quienes pueden verlo a los ojos, pero yo, yo he logrado ver esos detalles que estoy segura esos otros no han prestado atención. Lo único que quisiera saber es porqué me dirigía la mirada de vez en cuando también. Le debo parecer extraña, ja..¿cómo no?!!!...
Un día cualquiera, uno más del montón, uno más de la suma de días que toca vivir a cualquiera sin propósito de nada, fue como siempre a “su” plaza, se dirigió al mismo e inamovible banco, tenía que dar los últimos retoques a su descripción. Esperó, minutos y horas, la angustia de no saber qué pasó con aquel hombre que siempre estaba ahí la estaba carcomiendo. Jamás, en casi seis meses que llevaba visitando el lugar, había notado una ausencia de él. Cayó la noche y el sujeto no apareció. Aquella presencia ahora tenía sentido. Ya no era solamente un objeto de descripción…¡Cómo hago para verte!!!?
Volvió al día siguiente. Esperó de nuevo esos interminables minutos que aparecen cuando esperas a alguien…No volvió. Extraña sensación se había apoderado de todo su cuerpo…algo en el estómago, una especie de miedo. Un hombre, no tan viejo se acerca a su banco en ese momento y deja sobre él, un paquete envuelto en un papel cualquiera, parecía un regalo. La mira y le dirige unas palabras: “señorita, esto es obsequio de un extraño sujeto para usted que ha pasado meses detenido sobre su figura, sobre su soledad, sobre su mirada lejana. Dijo que usted le llamó la atención más que todos los “muñecos que aquí caminan. Vaya a saber qué ve en usted que otros no lo hacen”. Él ya no volverá.  Y sin más, se fue. La dejó atónita, sin palabras, con el corazón aún más acelerado que antes que cuando pensaba no volvería a saber de él. Abrió el paquete, era su retrato! Aquel buen hombre que ella describía con letras, marcando cualidades visibles, la dibujó sentada en su banco, viendo como pasaba la vida. Plasmó  su mirada perdida en medio de los movimientos, hasta logró pintar sus lágrimas condensadas en el borde de sus ojos. Cada color, luz y sombra del retrato reflejaban algo de ella, como si la conociese de siempre. Al final, una inscripción: “Has logrado que mire de manera diferente”. Él la había visto como nadie antes lo había hecho.

Abrazó el retrato, al fin y al cabo, se abrazó ella misma.