martes, 1 de enero de 2013

Vacío.


Noche blanca. Vacía.

Con el pelo al viento. Como si hubiera puesto mi rostro en la ventanilla de algún automóvil, como si estuviera libre y al aire libre, en un verde campo, en la cúspide de una montaña, como si pudiera respirar brisa limpia, fresca… como sí….
Sin embargo no, es sólo un artefacto de mi cuadrangular habitación, artificial, caliente, manipulado. Es sólo un objeto, nada de naturaleza, nada de natural.
Quisiera que ese viento sople cada vez más potente, que arrastre todo lo que pueda llevarse, que me despoje y me deje vacía, más vacía que el alma y así, sólo así, poder llenarme de lo que yo escoja, nada impuesto o regalado, algo que yo decida.
Ya decían que uno vive como puede no como quiere. A veces hago el intento de romper con esa teoría pero pronto mis pies caen sobre la tierra. Otra vez intento fallido, otra vez la realidad supera.
Quisiera que ese viento sople más fuerte, más agresivo, me seque las lágrimas y enfríe mi cuerpo. Pero no lo logra. Solo eleva mi mente a otros tiempos, a otros lugares, a otros rostros. A veces eso asusta, a veces es la mejor salida, a veces es como gritar, gritar a ese viento que sólo gira y gira en el mismo lugar. Se queda en la mismidad.

Todo me es insignificante. Todo es Nada.